Estimados todos en el Señor:
Nos convoca hoy un texto profundamente provocador del Evangelio según san Mateo (3,1-12), donde resplandece con fuerza la figura de Juan el Bautista, el precursor del Mesías. Su presencia en el desierto y su predicación directa y radical ofrecen un mensaje de plena vigencia para nuestro tiempo, especialmente en este segundo domingo de Adviento, cuando la Iglesia nos invita a preparar el corazón para recibir a Cristo. Será, entonces, la figura del precursor y sus palabras las que orienten nuestro camino en esta reflexión.
1. Juan, la voz en el desierto que despierta el corazón
El Evangelio presenta a Juan como “la voz que clama en el desierto”. Su llamado fundamental es claro:
“Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca.”
No es una exhortación superficial. Juan habla de metanoia: un cambio profundo de mentalidad, de corazón y de estilo de vida. El Bautista denuncia una fe vivida por costumbre y reclama un compromiso auténtico. No bastaba entonces —ni basta hoy— con una pertenencia religiosa meramente externa, como decir: “Somos hijos de Abraham”. Lo esencial es producir “frutos dignos de conversión”, es decir, signos concretos de una vida renovada.
2. La conversión permanente: un camino de toda la vida
La conversión cristiana no se reduce a un momento emocional ni a un acto puntual. Es un proceso continuo, un camino que dura toda la vida y por el cual el creyente se va configurando con Cristo. San Pablo expresa este ideal con palabras inolvidables:
“Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí” (Gál 2,20).
Este horizonte nos recuerda que la fe no es solo devoción, rito o sentimiento, sino una transformación interior que abarca nuestras decisiones, relaciones y proyectos. Convertirse significa permitir que Cristo tome forma en nosotros, hasta que nuestra vida llegue a ser un reflejo creíble de la suya.
3. El bautismo que purifica y transforma
Mateo distingue entre el bautismo de agua que Juan ofrece y el bautismo en Espíritu Santo y fuego que solo Jesús puede dar.
El agua simboliza la limpieza externa; el fuego del Espíritu, la purificación interior, el discernimiento entre lo auténtico y lo falso, y la fuerza renovadora que Dios comunica.
Esta distinción nos conduce a un mensaje clave: no basta la apariencia religiosa. Juan denuncia la hipocresía espiritual y reclama autenticidad. La fe cristiana verdadera se traduce siempre en obras concretas: gestos de reconciliación, justicia, solidaridad, perdón y paz. El Espíritu Santo quiere encender en nosotros un fuego que purifique y renueve.
4. El Adviento: tiempo privilegiado de revisión interior
El Adviento, lejos de ser solo una preparación festiva para la Navidad, es un tiempo litúrgico de conversión, destinado a revisar con seriedad nuestra relación con Dios. Este período nos invita a:
- profundizar en la oración,
- sanar vínculos y reconciliarnos,
- dejar que Dios reoriente nuestra vida,
- abrir espacios reales para que Cristo nazca en nuestro interior.
El corazón es el verdadero pesebre que se prepara durante el Adviento. Allí es donde Cristo desea habitar y traer su paz.
5. El Reino está cerca: una invitación a la novedad
Juan Bautista anuncia que el Reino de Dios está cerca. Y esta cercanía no es un simple dato teológico: es una exigencia vital.
Cuando el Reino se aproxima, se nos invita a:
- dejar lo viejo,
- abandonar la indiferencia,
- desprendernos de la violencia interior,
- abrirnos a la novedad de Dios.
La venida de Jesús trae consigo la verdadera prueba: revela lo que somos y nos ofrece la posibilidad de vivir transformados por su Espíritu. Él no viene a condenar, sino a renovar; no viene a apagar nuestra vida, sino a encenderla con su paz.
Conclusión
Estimados todos, el mensaje de Mateo 3,1-12 resuena con especial fuerza en este tiempo de Adviento. Juan el Bautista nos llama a una conversión auténtica, a un cambio profundo que prepare nuestro interior para la llegada del Señor. Dejemos que este tiempo sagrado nos despierte, nos purifique y nos abra a la novedad de Cristo.
Que, al llegar la Navidad, podamos decir con verdad y alegría:
“Señor Jesús, te he preparado un lugar. Ven a nacer en mi vida y hazla nueva.”