Opinión:
Algo que parece innegable en occidente, a esta altura del siglo XXI, es que el derecho humano fundamental, el antecedente de cualquier otro derecho, es el DERECHO A LA VIDA. Es imposible negar esta premisa y sostener en simultaneo la Declaración de los Derechos del hombre como doctrina consagrada para un marco legal de humanización de la civilización occidental globalizada.
Sin embargo en Argentina todo es posible. Estamos siendo espectadores de la tiranía judicial llevada al extremo por cuestiones puramente ideológicas. Un extremo tal que, en la práctica, se sostiene que el aborto es un derecho humano y los niños una enfermedad. Y como si esta irracionalidad fuera poco, que el profesional de la salud no tiene derecho a obrar en conciencia para SALVAR LAS DOS VIDAS.
El paso de los días agrava profundamente la situación del cuidado de la Vida como derecho ya que la instancia de resguardo de los fundamentos del derecho, que tendría que encontrar en los jueces su lugar de defensa, ha pasado a ser su peor enemigo. Si en el inicio de la modernidad el símbolo de la falsa justicia fue la GUILLOTINA, en este momento de la historia en los escritorios judiciales se iza el PAÑUELO VERDE de los cultores de la muerte.
Las acciones judiciales que contemplamos azorados en estos días en nuestro país son camino de muerte del ser humano en gestación, dejándolo sin garantías y en total indefensión; como así también a los profesionales que siendo fieles a su juramento hipocrático se juegan por la vida desde la concepción hasta la muerte natural.
La interpretación y aplicación de la ley de un modo ajeno a la tradición pro-vida de nuestra Nación se ha puesto de moda en los verdugos que ofician de jueces. Si hemos podido escuchar una sentencia contraria a nuestras tradiciones legales enraizadas en el derecho natural, también podríamos haber escuchado una sentencia comprometida con lo nuestro que declarara inconstitucional cualquier resquicio legal que permitiera una interpretación contra el primero e irrenunciable derecho, sustento de todos los demás, que es el de la Vida.
Los hechos de Cipolletti nos muestran claramente la banalización y cosificación de la persona humana, y el terrible quebrantamiento de su dignidad. Todo hace pensar que tenemos una clase dirigente enferma y que principalmente el poder judicial no escapa a esa situación. A esta altura del descalabro moral de nuestros dirigentes no queda más que exigir que todos ellos se hagan a un costado: debemos asegurar que nuestro futuro como sociedad sea digno, libre y en paz. Y eso se logra con instituciones y funcionarios capaces de reafirmar cada día y en cada situación el derecho que todo ser humano tiene a ser respetado en su dignidad, desde la fecundación hasta la muerte natural.
Oscar Angel Naef