Al desarrollar nuestro tema de hoy referido a los
fundamentos del orden ético o moral, abordaremos de un modo ordenado: 1- El
acto humano o moral. Elementos del acto humano. 2- El bien: bien ontológico y
bien moral. 3- El fin último del hombre o felicidad. Felicidad imperfecta y
felicidad perfecta. 4- La moralidad y sus normas. 5- El perfeccionamiento
moral: desarrollo de las facultades racionales. La virtud moral.
Comencemos entonces con nuestro primer punto:
- EL
ACTO HUMANO
- Definición
del acto humano1
Llamamos acto humano a la acción que procede de la voluntad
deliberada del hombre.
- Otros
actos provenientes del hombre
Existen otros actos realizados por el hombre que no pueden
ser incluidos en la precedente definición. Ellos son:
- Actos
naturales
Actos que proceden de las potencias vegetativas y
sensitivas, sobre las que el hombre no tiene control voluntario y son enteramente
compartidas con el orden animal (digestión, circulación de la sangre, sentir
dolor o placer).
- Actos
del hombre
Actos que proceden del hombre sin ninguna deliberación o
voluntariedad (los que se realizan dormidos, hipnotizados, embriagados,
delirantes o plenamente distraído – no afectan a la moralidad ni son de suyo
imputables a quien los realiza, pero pueden serlo en su causa...)
- Actos
violentos
Actos que el hombre realiza por coacción exterior de un
agente que lo obliga a ejecutarlo contra su voluntad interna.
- Elementos
del acto humano.
En todo acto humano están implicadas tres dimensiones del
hombre: el cognoscitivo, el volitivo y las facultades de ejecución o
realización. Analizaremos cada uno de estos aspectos con sus respectivas
dimensiones.
1.3.1- Elemento cognoscitivo
El elemento cognoscitivo es esencial al acto humano, pero no
cualquier tipo de conocimiento sino aquel llamado advertencia,
que es el acto por el cual el entendimiento percibe la obra que se va a
realizar o se está ya realizando.
Debemos considerar los distintos estados de la advertencia:
1) plena o semiplena, según que advierta la acción con toda perfección o sólo
imperfectamente; 2) perfecta o imperfecta, según perciba en todas sus notas la
especie moral del acto, o se dé cuenta tan sólo de que aquella acción es buena
o mala, pero sin saber exactamente por qué y en que grado o medida; 3) distinta
o confusa, según advierta con toda claridad la bondad o maldad de la acción que
va a ejecutar o no esté del todo segura de ella; 4) antecedente o consiguiente,
según se dé cuenta de la acción antes de ejecutarla o solamente después; y, 5)
al acto o a su moralidad, según se de cuenta únicamente de que está realizando
un acto o de su relación con la moralidad.
Cabe ahora establecer aquellos principios referidos a la
advertencia que debe contener el acto humano o moral:
- El
acto humano requiere indispensablemente la advertencia ya en su constitución
psicológica para ser “humano”.
- El
acto moral requiere además la advertencia de la relación del acto humano
con el orden moral.
- La
moralidad será mayor o menor según el grado de advertencia comprometido en
el acto.
- Solamente
afectan a la moralidad del acto los elementos que se han advertido al
ejecutarlo, no los que dejaron de advertirse inculpablemente.
1.3.2- El elemento volitivo
Siguiendo la definición clásica decimos que el acto
voluntario es el que procede de un principio intrínseco con conocimiento del
fin.
Consideramos aquí a la realidad que procede de un principio
intrínseco del sujeto que obra, sea un acto o su omisión voluntaria, o también
el efecto previsto y querido de un acto voluntario anterior. Pero esto solo no
basta, es necesario que ese sujeto que obra conozca e intente el fin al que se
dirige el acto. Distinguimos entonces: a) lo permitido, aunque no querido; b)
lo involuntario, o sea, lo realizado por ignorancia, de tal manera que no se
hubiese realizado si se hubiera conocido la verdad; c) lo no-voluntario, o sea,
lo que se hace con ignorancia, pero de tal suerte que igual se realizaría si se
conociera la verdad.
Establecemos ahora los principios orientadores del elemento
volitivo del acto:
- Los
actos voluntarios imperados pertenecen en mayor grado al motivo que lleva
a obrar que a su propia razón formal.
- Los
actos voluntarios imperfectos nunca se constituyen en responsabilidad
plena.
- Todos
los actos voluntarios son libres, excepto la tendencia de la voluntad
hacia la felicidad en general.
- Para
que sea lícito realizar una acción de la que se siguen dos efectos, bueno
uno y otro malo, es preciso que se reúnan las siguientes condiciones: a)
que la acción sea buena en sí misma o al menos indiferente; b) que el
efecto inmediato o primero que se ha de producir sea el bueno y no el
malo; c) que el fin del agente sea honesto, o sea, que intente únicamente
el efecto bueno y se limite a permitir el malo; d) que el agente tenga
causa proporcionada a la gravedad del daño que el efecto malo haya de producir.
- Para
que una omisión voluntaria sea imputable al agente es necesario que tenga
obligación de realizar el acto contrario.
- Para
la validez de un acto que necesite el consentimiento ajeno se requiere
ordinariamente el consentimiento expreso; pero puede bastar el
consentimiento tácito, nunca el presunto.
1.3.3- El elemento ejecutivo o de realización
Es el que corresponde a las facultades ejecutivas de
realización del acto. Esto supone el acto humano ya constituido esencialmente
por la advertencia y el consentimiento de la voluntad; pero le añade un
complemento accidental...
Momentos del acto humano:
- EL
BIEN: BIEN ONTOLÓGICO Y BIEN MORAL
2.1- El bien y el mal
Se trata de comprender los motivos por los cuales un acto se
convierte en bueno o malo, prescindiendo de su actual entidad real. La
moralidad es una dimensión sobreañadida, accidental y, en consecuencia,
contingente.
Podemos definir la naturaleza del bien con la conocida
fórmula “aquello que todas las cosas apetecen”2.
Aunque debemos ver que esta definición, aunque correcta, no expresa la
naturaleza intrínseca del bien. De hecho, algo es bueno no por ser apetecido,
sino que es apetecido por ser bueno. Nuestra misma conciencia atestigua lo
siguiente: consideramos algo como bueno y, por tanto, lo deseamos cuando
constituye una perfección para nosotros. De acuerdo con esta noción, el bien:
a) tomado en sentido absoluto: es la perfección del ser o el mismo ser; b)
tomado en sentido relativo: es aquello que dice conveniencia a otro, al cual
está proporcionando y del cual constituye o puede constituir una perfección y
convertirse en su regla o medida.
Definido el bien de esta manera, es fácil ahora definir el
mal por contraposición. Podríamos, en primer lugar, definir el mal diciendo “es
aquello de lo cual todos se apartan”. Si el bien se afirma en el orden al ser y
a la perfección, el mal deberá necesariamente afirmarse como el no-ser. Este
puede ser absoluto y entonces equivale a la nada, y la nada no es ni buena ni
mala. Por consiguiente, cuando hablamos del mal ordinariamente nos referimos a
un mal relativo o, en otros términos, a un ser al cual falta algo de plenitud
en la entidad o perfección debidas. El bien y lo perfecto son, pues, la misma
cosa; y la noción de perfecto involucra cierta universalidad o plenitud de
entidad, de donde se sigue que lo perfecto y lo total o son la misma cosa o
significan lo mismo. De manera análoga, pero opuesta, el mal relativo expresa
un defecto de las debidas entidad y perfección.
2.2- El bien y el mal en el orden moral
El bien y el mal morales importan una particularidad, pues
se dicen únicamente de las acciones humanas. En primer lugar, debemos tener en
cuenta que aquí se trata del bien y del mal en sentido relativo y no absoluto.
El hombre se dice bueno o malo moralmente por razón de la bondad o malicia de
sus acciones y éstas, a su vez, son buenas o malas a causa de la bondad o
malicia de sus propios objetos. Las cosas externas, aún siendo buenas en sí
mismas, no siempre tienen la debida proporción con las acciones humanas. Esta
falta de proporción se descubre del análisis de la naturaleza de una cosa, y
ella es principalmente la forma de la cual proviene la especie.
Las acciones humanas reciben su especie de la forma del
hombre, que es su racionalidad, o de los objetos en cuanto valorados por la
inteligencia. Consecuentemente, el bien moral es aquello que está de acuerdo
con la razón humana y el mal lo que está en desacuerdo con ella. Según sea o no
la debida proporción serán fuente de bien o mal en el orden moral.
- EL
FIN ÚLTIMO DEL HOMBRE O FELICIDAD. FELICIDAD IMPERFECTA Y FELICIDAD
PERFECTA
Siendo la moralidad un orden de la actividad humana, sólo
puede ser definida por el fin al cual se orienta. No solamente está aquí en
juego el principio de finalidad, sino también la manera de tender al fin propio
del hombre, muy diferente a la de todos los demás seres. El hombre es un agente
libre. La libertad no obstaculiza de suyo la tendencia hacia el fin ni la
niega; por el contrario, suscita una realidad que demandará un análisis
singular; nos referimos a la responsabilidad del hombre, en cuanto dueño de sus
operaciones, y a su imputabilidad moral y jurídica, consecuencia de lo
anterior.
3.1- La función del fin en el obrar humano
Generalmente se emplea el término fin en relación con la
cantidad, y de acuerdo con el tipo de cantidad de la que se trata tendremos
distintos significados. En todos los casos, menos cuando se trata de la virtud
o capacidad, la palabra fin indica límite y, por ende imperfección (ej. El
término de un movimiento, el peso, etc.). En moral se trata de señalar el
camino por el cual el hombre puede llegar a la perfección.
El concepto de fin con el que nos movemos en el campo moral,
depende estrechamente del concepto metafísico de causalidad final como de su
fundamento primero. Cuando se dice de alguien o de algo que tiene un fin u obra
por un fin se está sugiriendo su “ordenación o subordinación a otra cosa”.
Obrar por un fin es una fórmula usada en moral en sentido perfectivo, por
cuanto hace referencia a la acción y ésta, si no es ya la perfección de un
sujeto operante, constituye cuando menos algo tendiente a perfeccionarlo.
El fin es lo primero que se intenta y lo último que se
ejecuta. La verdadera causalidad final se encuentra en el orden de la intención:
el bien conocido (fin) atrae el sujeto hacia sí. Por este motivo se dice
siempre que la causa final es la primera de todas las causas. Al mismo tiempo,
se constata la universalidad de la causalidad final: es imposible encontrar en
el cosmos un ser no ordenado a un fin.
En moral, cuando se estudia la actividad humana, se
comprueba que no solamente puede darse un fin inmediato o propio de cada acción
concreta, sino que todas ellas se ordenan a un fin ulterior y supremo, más allá
del cual no puede concebirse otro. Existe un fin último de toda la vida humana.
3.1.1- El obrar por un fin en el hombre
La noción de fin agrega algo a la de bien: es éste pero en
cuanto conocido. Tender a un fin u obrar por un fin supone siempre la presencia
de un conocimiento. La característica propia del hombre, entre los seres, es su
racionalidad. Por tanto, las acciones humanas suponen la intervención de la
razón; ella es quien convierte al hombre en dueño de sus actos dado que la
voluntad, motor universal de toda actividad humana, es una voluntad deliberada,
o sea, dependiente del conocimiento racional. Siendo el fin el objeto propio de
la voluntad deliberada, todo acto emanado de ella lo hace de acuerdo al fin.
3.1.2- La originalidad humana en el obrar por un fin
En todo movimiento hacia un fin descubrimos dos principios:
el primero es el del movimiento mismo; pero ese movimiento es un movimiento
ordenado; por tanto, hay que admitir un segundo principio: el del orden de
dicho movimiento.
¿En qué radica ese modo perfecto humano? El fin tiene un
correlativo necesario, los medios, sin los cuales sería imposible alcanzarlo.
La relación medios-fin no es conocida por el animal. El hombre, por el
contrario, posee el conocimiento de esa relación, cuya señal es la variedad de
los recursos a los cuales acude, con frecuencia totalmente inesperado, para
lograr sus propósitos.
3.1.3- La búsqueda de la felicidad como fin
La tendencia al fin se traduce en la búsqueda de bienes
concretos, en cuya posesión el ser humano intenta ser feliz. De alguna manera
la moral se interpreta como el camino hacia la felicidad.
En esta búsqueda de la felicidad se nos presentan dos
posibilidades: o se trata de un bien perfecto, o se trata de un bien imperfecto
y, por tanto, sometido a otro superior. Si sucede lo primero, ya es evidente
que obramos por un fin último. Si sucede lo segundo, es también evidente que no
se puede querer ese bien por sí mismo. Lo imperfecto es comienzo de lo
perfecto, y todo comienzo de algo se ordena a su acabamiento o consumación.
Al tratar de determinar cuál fuere el bien que puede
considerarse fin último elegimos el siguiente camino: si se puede demostrar que
ninguno de los bienes creados, ni cada uno en particular ni todos ellos juntos,
pueden constituir la felicidad del hombre, quedaría probado, al menos por
exclusión, que solamente el bien divino es el objeto buscado.
La clasificación siguiente ordena todos los bienes
existentes por categorías:
- Bienes
creados y limitados
- Considerados
individualmente o en particular
- Externos
al hombre
- meramente
materiales: las riquezas
- meramente
espirituales:
- personales
o privados: los honores
- sociales
o públicos: la fama
- mixtos,
material y espiritual: el poder
- Internos
al hombre o propios de él:
- meramente
corporal: la salud
- mixto,
corporal y animal: la voluptuosidad
- meramente
espirituales: la virtud y la sabiduría
- Considerados
colectivamente o todos juntos
- Bien
increado o infinito: Dios únicamente
La felicidad humana no consiste en los bienes exteriores
útiles, como son las riquezas, los honores, la fama y el poder; ni en bienes
del cuerpo; ni en un bien del alma. La razón de ello es que esos bienes, por su
misma naturaleza, sólo pueden ser considerados medios respecto a un; de este
modo, nunca podrán ser razonablemente apetecidos por sí mismos sin caer en el
desorden moral.
Ninguno de los bienes creados ni todo su conjunto pueden
saciar el apetito de felicidad inherente a la aspiración natural del hombre. Y
el motivo estriba en que, dentro del conjunto de los seres y perfecciones de la
creación, el hombre es el mayor de todos y los supera a todos. Aún siendo
inmensamente rico, poseyendo la totalidad de los seres y perfecciones, el
hombre seguiría siendo insaciable justamente por poseer una capacidad al
infinito. Por otro lado, queda en pie la cuestión del límite físico: la muerte
sobrevendrá separando al hombre de sus posesiones. La solución de una felicidad
relativa y transitoria, propia del momento presente, no resuelve el
interrogante sobre la felicidad absoluta la cual, si existe, debe superar la
barrera de la muerte corporal. La voluntad humana nos indica que su objeto es
el bien universal y que solo en su posesión está la felicidad. Y la
universalidad del bien podrá encontrarse sólo en el Ser Divino y únicamente en
él como algo definitivo.
4- LA MORALIDAD Y SUS NORMAS
Donde hay un orden habrá siempre una norma o regla para
establecerlo o para determinar su estructura. El orden moral no se exceptúa de
este principio general.
Se ha enseñado desde hace siglos la presencia de dos normas,
en armonía con las cuales un acto humano se constituye como moralmente bueno.
Ellas son la ley eterna, norma primera y suprema, y la recta razón humana,
norma próxima y homogénea de todo el orden moral.
4.1- La ley eterna
La noción de ley eterna supone que Dios no solamente concibe
en la creación cada uno de los seres, sino también el orden existente entre
ellos. La acción humana se dice buena o mala cuando conviene o no con el orden
debido hacia el fin último; para cada cosa es fin último lo determinado por el
Autor de la naturaleza (Dios).
4.2- La recta razón humana
Cada uno tiende al fin último según el modo de su naturaleza
propia. El modo propio de la naturaleza humana es el racional, de donde surge
que la norma inmediata y homogénea del orden moral es la misma razón del
hombre.
Si la razón del hombre es el primer principio de las
acciones humanas, en cuanto a ella le corresponde ordenar hacia el fin los
demás actos, lógicamente su operación, siendo la primera en ese orden, debe ser
la norma de todo.
El objeto de nuestra voluntad es necesariamente regulado por
nuestra inteligencia. La voluntad puede tender al bien universal porque existe
una capacidad previa del entendimiento. La inteligencia no solamente propone el
objeto a la voluntad, sino que lo propone como ya regulado moralmente, o sea,
conforme o no con el fin último con la naturaleza humana. Por este motivo se
considera a la razón norma de la moralidad.
La rectitud de una potencia es la adecuación con su objeto,
la razón recta es la adecuada a la verdad objetiva. Razón recta equivale
totalmente a razón verdadera. La razón no podría rectificar si antes no fuese a
su vez rectificada. La razón se rectifica conociendo la verdad, o sea,
descubriendo el orden impuesto al universo por la ley eterna.
- Fin
del hombre.
- El
fin del eudemonismo: es la felicidad con el fin de la propia naturaleza.
- Fuente
principal: Grecia-Platón y Aristóteles. Sto. Tomas de Aquino.
- Dios:
es el principio y el fin del hombre.
- Fin
objetivo del hombre es Dios.
- Fin
subjetivo del hombre es Dios.
- Los
actos humanos: son voluntarios y libres.
- Los
actos humanos son los que se hacen con pleno conocimiento y libertad para
que tengan responsabilidad.
- Fuentes
de moralidad:
- Objeto:
es el contenido del acto.
- Fin:
es la intención (del operantis) la intención del que hace el acto.
- Circunstancias:
son las circunstancias en torno al objetivo y fin del acto.
- "La
moralidad según la doctrina tomista es la bondad o malicia del
acto".
- La
norma objetiva de la moralidad o el objeto moral es:
- La
recta razón: teniendo como base el objeto, el fin y las circunstancias.
- La
conciencia como norma subjetiva:
- La
conciencia: conocimiento de causa, la conciencia es una norma subjetiva de
moralidad. A ella debe sujetarse, y también debe ser regida por normas
objetivas (la ley y la recta razón).
5- EL PERFECCIONAMIENTO MORAL: DESARROLLO DE LAS FACULTADES
RACIONALES. LA VIRTUD MORAL.
Las virtudes humanas o bien son intelectuales o bien
morales; no existe otra posibilidad porque solamente la inteligencia y el
apetito, entre las potencias humanas, precisan de la determinación de los
hábitos. Las virtudes morales son las que perfeccionan el apetito, tanto
racional como sensitivo. Por encontrarse en sujetos diversos se distinguen
realmente de las intelectuales. Además, cumplen en la vida humana otra función.
Pero, así como la inteligencia y el apetito se encuentran
entre sí estrechamente vinculados, también las virtudes intelectuales y las
morales mantienen entre ellas una íntima conexión. A raíz del dictamen de la
sindéresis (hábito intelectual de los primeros principios del orden moral)
existe en la voluntad un apetito naturalmente recto que es como el germen de
las virtudes morales, y consiste en querer los fines propios de las otras
potencias. Este apetito natural mente recto es el que impera el juicio
prudencial y lo equilibra (la verdad práctica, objeto de la prudencia, consiste
en la adecuación entre su juicio y ese apetito naturalmente recto). La
prudencia, a su vez, dictamina sobre la elección del medio conveniente para
encontrar el equilibrio moral en los actos de la voluntad y del ape tito
sensitivo. Por eso la prudencia no puede existir sin ese germen de virtudes
morales, ni las virtudes morales pueden desarrollarse plenamente sin el
criterio firme de la prudencia.
Todo esto sucede porque los objetos de la inteligencia y de
la voluntad (verdad y bien) se incluyen mutuamente. Así la voluntad quiere que
el entendimiento entienda la verdad y el entendimiento entiende que la voluntad
quiere el bien; el bien es cierta verdad cuando el entendimiento lo conoce, y
la verdad es cierto bien cuando la voluntad la quiere. Este mutuo influjo lleva
a la armonía de la actividad humana que es el orden moral.
Los movimientos pasionales del apetito, si no son regulados
por las virtudes deja templanza y de la fortaleza, ambas participaciones de la
prudencia en sus respectivas potencias, pueden influir negativamente en el
juicio de la inteligencia al modificar el objeto de las potencias cognoscitivas
sensoriales, de donde abstrae el entendimiento agente el objeto del
entendimiento posible o las ideas. Con todo, mientras no se produzca una
alteración total de los sentidos, la inteligencia y la voluntad son siempre capaces
de dominar el apetito.
Autor: Pbro. Oscar Angel Naef
Autor: Pbro. Oscar Angel Naef
1 Diferentes nombres
que recibe el acto humano: a) actos humanos, en cuanto producidos por el hombre
con pleno dominio y de liberación; b) actos libres, en cuanto proceden de la
libertad humana; c) actos voluntarios, en cuanto el hombre los realiza
voluntariamente y con plena conciencia; d) actos morales, en cuanto se ajustan
o no a la regla de la moralidad; e) actos imputables, en cuanto producidos
libre y voluntariamente por el hombre, que adquiere por lo mismo la
responsabilidad de los mismos en orden al premio o al castigo.
2 Aristóteles; Ética
a Nicómaco, L. I, c.1.