sábado, 24 de julio de 2021

Homilía. Jornada nacional de oración por las víctimas de la pandemia del Covid19. 23 de julio de 2021

Al dirigirse al Divino Rostro la Beata Madre Pierina hace suyas las palabras del Salmo: «Oigo en mi corazón: “Buscad mi Rostro”. Tu Rostro buscaré, Señor, no me ocultes tu rostro». Estas mismas palabras nos resultan muy apropiadas para dirigirnos hoy al Señor Jesús que en su humanidad despojada en la cruz experimentó el sufrimiento en el límite de lo humano. En sus manos depositamos nuestra oración confiada en medio de la crisis sanitaria por el Covid19: lo hacemos por aquellos que han partido, por quienes están transitando la enfermedad, por los familiares y amigos que necesitan consuelo, y por todos nosotros sometidos a la prueba en medio de la tempestad.

Nuestra vida cotidiana lleva muchos meses con la marca imborrable de lo incomprensible, de dificultades inesperadas, del sufrimiento provocado por la enfermedad muchas veces mortal, y por el manejo político inhumano de la crisis. Todos lo sabemos porque lo experimentamos. Hemos, y seguimos experimentando el límite de nuestros huesos y de nuestra carne; así como lo experimentó el Señor entre nosotros.

En el Evangelio que hoy leemos Jesús le dirige a Marta estas palabras: «Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?»"

Una pregunta que el Señor Jesús nos dirige a cada uno de nosotros y que encuentra su respuesta en la fuerza del amor de Dios que supera toda prueba y es capaz de vencer a la muerte. Esa es la roca firme donde ponemos los cimientos. El nos hace experimentar de modo concreto aquello que El experimento primero: la fuerza de la fidelidad del amor del Padre que vence en la cruz al pecado y a la muerte. Ese Amor que impide que seamos vencidos por la tribulación, el sufrimiento y las dificultades.

¿Seremos capaces, como Marta en el Evangelio, de decir: “Si, Señor, ¡yo creo!”? ¿O nos dejaremos invadir por dudas y las oscuridades que estamos viviendo en esta crisis social, política, económica y sanitaria? Con nuestra actitud, ¿también la convertiremos en crisis de Fe?

Repitamos una vez más con la Beata Madre Pierina: «Oigo en mi corazón: “Buscad mi Rostro”. Tu Rostro buscaré, Señor, no me ocultes tu rostro». Y agreguemos de nuestra cosecha: Creemos en Ti Señor, porque Tú tienes palabras de vida eterna; Tú eres nuestra esperanza de vida más allá de la vida; Tú eres nuestra luz y nuestra paz.

Nos encomendamos a la Virgen Inmaculada y encomendamos a todas las víctimas de la pandemia: que su maternal intercesión nos alcance gracia y santidad en medio de la prueba y del peligro. Amén.

Pero. Oscar Angel Naef

domingo, 11 de julio de 2021

Homilía. XV domingo durante el año. 11 de julio de 2021


 

Homilia. XIV domingo durante el año. 4 de julio de 2021

 


Homilía. Misa por la pronta Beatificación de la Venerable Madre Eufrasia Iaconis. 2 de julio de 2021

El texto de Mateo (9,9-13) que hoy leemos en la Misa nos impacta de inmediato con una palabra de Jesús que produce experiencias indescriptibles: «Sígueme»

El Señor se sitúa frente a nosotros haciendo desaparecer a todos los intermediarios, aunque existieran. Elige esa palabra insondable para asociarnos a su vida y hacernos partícipe de su gracia.

De un modo particular consideraremos hoy, aunque oscuramente porque nos excede, el llamado de Jesús a la venerable Madre Eufrasia.

Nace en 1867 en el seno de una familia cristiana que sin duda valoraba el seguimiento de Cristo como un hecho fundante de la vida. Y es así como aquellos que le habían dado la vida biológica, también fueron instrumento de Dios para que pronto iniciara su vida sobrenatural en la pila bautismal de la parroquia de la Inmaculada, en su pueblo de Castelsilano.

“Sígueme” es la palabra clave que da inicio a un camino nunca interrumpido de nuestra Venerable Eufrasia que concluye, estamos convencidos, en el banquete del Cordero junto a María y todos los Santos.

Abandona su ciudad luego de haber forjado su vida en el amor al Señor de la mano de la Inmaculada. Con la madurez espiritual característica de su personalidad, inicia su consagración profesando sus votos religiosos en Roma.

No sin dificultades que podrían haberle hecho perder la paz, su “sígueme” la trae a Buenos Aires abandonando su tierra, su idioma, sus amigos y sus costumbres nacionales. Aquella mujer de Dios comienza a vivir definitivamente en el mundo sin ser del mundo. Su alma llena de Dios adquiere la universalidad de la fe de la Iglesia.

“Sígueme” para la Venerable Eufrasia se transforma en donación de sí para la causa de Dios. Su vínculo con Jesús le da un notable olfato para abrazarse a los signos de la providencia porque allí ve el Evangelio, la palabra viva que la hace ser semilla del Reino.

A su paso va dejando la huella de Dios que se multiplica en obras de misericordia haciendo realidad aquello de “Misericordia quiero y no sacrificio”: hospitales, casas cunas, asilos y colegios.

Su “sígueme” fue confirmado por la Iglesia en la notable acogida del arzobispo de Buenos Aires y las decisiones de la Santa Sede que se suceden en el paso de los años con la aprobación de la Fundación de la Congregación que multiplicaba las vocaciones y la devolución del nombre al amparo de la Virgen Inmaculada.

Si quisiéramos caracterizar su nobleza espiritual deberíamos enumerar momentos, decisiones y silencios que revelan grandezas del espíritu. Nos contentamos con destacar cualidades características: humildad, desprendimiento, oración, fortaleza, templanza, generosidad y amor.

En la cercanía de Agosto de 1916, lejos de su tierra natal y bien plantada espiritualmente en el lugar elegido por Dios, recibe su último “sígueme” que la lleva a la eternidad y con ella una nueva puerta se abre por su intercesión para que los hijos de sus obras de misericordia encuentren la fortaleza para responder como Ella al “sígueme” del Señor. Venerable Madre Eufrasia intercede por nosotros. Amén

Pero. Oscar Angel Naef