(Lucas 10, 21-24) La vestimenta litúrgica violeta que lleva el sacerdote en las celebraciones nos indica que el Adviento tiene un carácter penitencial, diverso al de la Cuaresma, pero penitencial al fin. Se procura transitar estos días previos a la Navidad con un espíritu de austeridad que marca las celebraciones y que debe reflejarse en nuestra vida interior como modo de preparación a la venida del Señor.
De un modo especial, el espíritu que anima este tiempo litúrgico, incide en las recomendaciones de las prácticas ascéticas tradicionales y particularmente modela nuestro camino de oración.
Para profundizar en los elementos que puedan transformar nuestro diálogo interior con Dios en la espera gozosa de la segunda venida y de la venida mística del Señor en la Navidad nos valdremos del Evangelio que acabamos de leer.
El texto que se toma del capítulo 10 de Lucas nos acerca a un momento privilegiado de la oración de Jesús. Allí el Señor comienza por reconocer en palabras de alabanza la intimidad que El vive junto al Padre que no es otro que el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, creador del cielo y de la tierra; dice: "Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños”. Vemos a Jesús compartiendo en la intimidad de su conciencia aquello que para nosotros es misterio y para El vida con su Padre en el Espíritu, donde el mutuo conocimiento en el amor se refleja en la perfecta coincidencia de las voluntades.
Ese testimonio orante de la comunión de vida con el Padre queda reflejado en el segundo momento de la oración de Jesús de un modo más elocuente aún y es allí cuando elige revelarnos de qué modo Dios nos introduce a nosotros en el misterio de su intimidad haciéndonos partícipes por la fe y la caridad de su misma vida. Dice el texto: “Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre, como nadie sabe quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar".
Estamos en el inicio del adviento y en la novena a la Virgen Inmaculada, valgámonos del auxilio de nuestra Madre para renovar en lo profundo nuestra vida de oración. Es necesario que nuestra intimidad con Dios vivida desde un corazón sencillo, dócil y humilde reciba el impulso del Espíritu que nos permita alabar con Jesús el nombre del Padre. Y unidos al Señor recibir al que “viene” para decir ya, ahora, sin dudar: “hágase tu voluntad”.
En este itinerario aprendamos de la Inmaculada Virgen María para abrir como Ella nuestra vida al don de Dios que es Jesús, para cumplir la voluntad del Padre en la espera gozosa del Señor que viene en esta Navidad y al final de los tiempos. Amén
Pero. Oscar Angel Naef