(Mateo 15, 29-37) El salmo que nos trae este primer miércoles del Adviento pone un trazo de luz para comenzar nuestra meditación, dice: “Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan” Nos recuerda que vamos de camino y que el Señor está ahí, aunque experimentemos la oscuridad. Es una hermosa manera de alentarnos a vivir este tiempo penitencial de la espera en el gozo de la pronta venida. En este camino espiritual tendremos el recuerdo de aquel Belén de la primera venida, el anuncio de su segunda al final de los tiempos; y, en el entretiempo, la venida mística en la liturgia de la Navidad.
¡Qué apropiado es este camino sobrenatural que nos hace recorrer cada año la liturgia de la Iglesia! Sí, muy apropiado ya que el corazón humano muchas veces se ve tentado a repetir aquella convicción errónea que rescata el libro de Job (22, 12-14) "¿No está Dios en la cima del cielo? ¡Mira qué alta es la bóveda estrellada! Por eso dijiste: "¿Qué sabe Dios (de lo que aquí sucede)? ¿Puede juzgar a través de los nubarrones? Las nubes lo tapan, no puede ver..."
Esa convicción diabólica queda sepultada con nuestro Evangelio de hoy, que nos muestra que Jesús está siempre atento a las necesidades de sus hermanos. En primer lugar, porque Dios en su providencia está siempre atento. Destaquemos un elemento propio de nuestra fe: Dios está siempre atento a nuestras necesidades, no sólo entendiendo por esa atención al conjunto de los hombres en general, sino también atendiendo a las necesidades de cada uno de nosotros, con nuestro nombre y con nuestro rostro. En segundo lugar, desde el momento de la encarnación, Jesús el Hijo de Dios, está atento a esos nombres y esos rostros con un profundo sentido de compasión. Y como vemos en el texto que hemos leído, suma a su experiencia sobrenatural de compasión de esos rostros y esos nombres a sus discípulos, enviándolos a que ellos distribuyan los panes y los pescados. Quiere que ellos se encuentren con esos rostros que luego tendrán que alimentar con el pan de la Palabra y el pan de la Eucaristía.
En el Adviento de 1903 parece que la Madre Eufrasia recorrió un itinerario espiritual en este mismo sentido ya que contamos con un testimonio escrito donde le solicita al Arzobispo que se autorice la celebración de la Santa Misa en la Noche Buena y que puedan participar también junto a las hermanas los laicos allegados a la comunidad. ¿No es acaso un signo evidente de haber encontrado la fuente que le da sentido a nuestro Adviento como preparación para la Navidad? Y no sólo eso, sino que, en noviembre de 1900, y a raíz de una controversia entre las hermanas y el párroco en Concepción del Uruguay, hace un reclamo en términos muy luminosos para vivir el Adviento recibiendo ya, ahora, y todas las jornadas al Señor que viene invisiblemente al corazón de los elegidos; decía: “son religiosas y necesitan alimentarse cotidianamente del Pan de los Fuertes”
Es en el pan de la Eucaristía donde encontramos el lugar de nuestra esperanza cristiana allí está el rostro compasivo del Señor que vino, viene y vendrá. Allí está Dios mismo que nunca se desentiende de nosotros. Allí encontramos a quien le podemos decir con el gozo y la fuerza del “fiat” de María Inmaculada: “Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida, y habitaré en la casa del Señor por años sin término”. Amén.
Pero. Oscar Angel Naef