(Marcos 1, 1-8) El inicio del evangelio de Marcos que la liturgia del segundo domingo del Adviento pone para nuestra meditación permite ver los vínculos que existen entre el Antiguo Testamento y la Buena Nueva de la Salvación.
En este camino de comprensión es clave la persona de Juan Bautista a quien describe en los siguientes términos: "Yo envío a mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino” proclamando la llegada del tiempo definitivo y la proximidad del Mesías.
Juan vive y predica en el desierto, y así es presentado por los Evangelios generando en los oyentes del pueblo de la Alianza recuerdos del desierto como el lugar de tránsito para llegar a lo definitivo: “la tierra prometida”.
Tal vez Juan tiene en cuenta ese detalle en su predicación, pero no se queda allí, su vida y sus palabras muestran que este si es un tránsito a lo definitivo y para ello se necesita apartarse de la vida que se lleva, desprenderse de la mala conducta y pasar por el rito del bautismo de conversión.
Estos elementos de su vida y predicación lo ubican como símbolo del Adviento cristiano.
Durante las celebraciones litúrgicas de estos días se nos recuerda permanentemente que “el Señor viene” a ese pueblo que lo espera para hacer su morada en medio de los hombres y darles la posibilidad de entrar en comunión con El: el amor que salva, la fuente de la vida eterna.
Adviento es una invitación a dirigir nuestra mirada en la segunda venida, y en la “Jerusalén celestial” donde concluye nuestra peregrinación terrena.
Al mismo tiempo, es preparación para la venida del Señor en la Navidad mediante la oración, la conversión del corazón y las obras de misericordia.
Recibir a Jesús en la Nochebuena de nuestras vidas debe tener consecuencias espirituales que permitan sostener en el tiempo la presencia del Señor para que El todo lo transforme. También la vida de nuestra comunidad familiar y civil tendrán que quedar transformadas con su venida.
Insistamos en este punto ya que este año y por motivo del Covid nuestras fuerzas parecen estar en la espera de las acciones que pueda gestionar la burocracia del estado.
Devolvamos cada cosa a su lugar para que nuestra espera y preparación tengan que ver con la conversión y la llegada del Salvador y no con la espera de los plazos electorales que aparecen como un cierto ritual mágico que todo lo solucionaría con el cambio de nombres y de cargos.
Eso es ficción y más en nuestros sistemas occidentales donde la cosa pública está amañada con actores preseleccionados funcionales a los dueños del mundo.
El eco temporal del Evangelio no es ni la democracia ni ningún sistema que pueda arbitrar el hombre sino sólo un corazón convertido, una familia transformada por la Fe y una sociedad que recibe al Señor que viene y lo pone en el centro para que todo gire en torno de Él.
La Madre del Señor, que también es nuestra, la Inmaculada, brilla en la Iglesia como la primera en participar de las dichas eternas en la presencia del Señor, ella nos ayude en estos días a restaurar nuestro camino con luz de la Palabra de su Hijo. Amén
Pbro. Oscar Angel Naef