MARRUECOS: UN PAPA, UN PACTO Y LOS PREJUICIOS (TRADUCCIÓN PROPIA)
La última visita del Papa Francisco a Marruecos, por invitación del Rey Mohammed VI, le dio la oportunidad de volver sobre el Pacto de Marruecos, firmado a principios de diciembre pasado. Esta no es la primera vez que el soberano pontífice se pronuncia sobre la espinosa cuestión de lo que se designa bajo el cómodo vocablo de "migrantes".
Mes tras mes, el número de muertes en el mar Mediterráneo se han vuelto más significativas, lo cual hace que sea natural pedir compasión. La justa preocupación por la condición humana abandonada a merced de las guerras, o la dignidad menospreciada, pertenece al orden de la caridad y merece atención. Pero lo que resulta problemático, es cuando, abandonando el registro de la caridad, el Papa Francisco transforma sus comentarios en discurso político y habla en defensa de una "migración segura, ordenada y regular".
Volvamos sobre estos términos, que son mucho menos que triviales.
Una migración segura: sí, por supuesto. Obviamente no podemos regocijarnos en los locos equipos de pasadores, barcos sobrecargados de hombres, mujeres y niños, haciendo que el cruce sea cada vez más incierto y muchas veces mortal. ¿Debemos, entonces, pedir a los Estados que tomen el lugar de los equipos de pasadores, a expensas del contribuyente? Políticamente, es eso lo que implica.
Una migración ordenada: ¿por quién? ¿Por los estados? ¿Cuales? ¿Es esta realmente la prioridad para nuestras economías nacionales en crisis? La migración ordenada ha existido, por ejemplo, la emigración polaca a Francia en los años veinte. Estos eran acuerdos extremadamente estrictos y restrictivos con contratos de trabajo precisos y limitados. Con las tasas de desempleo que tenemos hoy en día, es difícil ver cómo hacer surgir, por milagro, todos los trabajos que los migrantes tendrían derecho a ocupar. Sin mencionar que para que esto sea "ordenado", implicaría que estas buenas personas sean declaradas, lo cual, seamos lúcidos, difícilmente sería negocio para todos los sectores que se alimentan de una mano de obra de inmigrantes increíblemente barata, por no mencionar, entre otros, el área de la construcción o restauración.
Una migración regular, finalmente: definitivamente, aquí está el problema. Si realmente exigiéramos una migración regular, cuando sabemos que ya, cada año llegan más de 400 000 inmigrantes al territorio francés (262 000 llegadas oficiales en 2017, a las que se suman más de 100 000 solicitantes de asilo, más todos los clandestinos que por lo menos llegan 1/4 del total)?
El discurso del Papa es inconsecuente, en el sentido de que no mide las consecuencias de sus propuestas, y se niega a dar un status real al sentimiento de desposesión que se apodera de muchos de nuestros ciudadanos en Francia, pero también en otras partes de Europa, y elimina de plano la consideración de la enfermedad identitaria que resulta de ello. También hay una forma de caridad para escuchar el sufrimiento de estas personas que, día tras día, cambian su hábitat, su estilo de vida, su lengua, reemplazados por otros valores de otros lugares.
Hay que decirlo: el discurso del papa, bajo apariencias de generosidad, es, de hecho, desencarnado. Manipula alegremente a las masas de migrantes como si todavía fueran "buenos salvajes", o más exactamente personas perfectas, amables, educadas y de buen comportamiento con las que la cohabitación necesariamente irá bien. Hay algunos de ellos, es obvio, pero no es solo ese el perfil. Por el momento, el mejor de todos los mundos y la fraternidad universal no existen, y el modelo descripto por el Papa Francisco es o se aproxima fuertemente al de un dirigente de partido de izquierda.
La mirada propuesta por el Papa Francisco es en nombre de un interculturalismo erigido como un valor supremo. Con provocación, seamos un poco relativistas: ¿en nombre de qué una sociedad "intercultural y abierta" necesariamente sería superior a aquellas históricas y con tradiciones nacionales? ¿Por qué es absolutamente necesario sacrificar una identidad arraigada para reemplazarla por una nueva construcción? En 2016, en una entrevista con La Croix, el Papa Francisco confesó desconfiar de la referencia a las raíces cristianas de Europa. En estas condiciones, es verdad, ¿por qué recurrir para construir nuestro futuro a partir de la formidable experiencia que representan nuestros dos mil años de historia cristiana, ya que lo que se hace en otros lugares es tan bueno, y solo puede enriquecer nuestras limitadas certezas? Pero lo que él se niega a considerar es simplemente el peligro de perder la posibilidad de ejercer la fe en paz, cuando la cultura del otro, del recién llegado, el Islam por no nombrarlo, termina por imponerse. Finalmente, la cultura del diálogo así resaltada viene a negar para el cristiano, el católico, el trabajo indispensable de la misión y la búsqueda de la conversión del otro. En estas condiciones, ¿por qué seguir practicando y proclamando el Evangelio? Deseamos que la desesperanza no se encuentre al final del camino …
Constance Prazel
Déléguée générale de Liberté politique
Texto original: http://www.libertepolitique.com/Actualite/Editorial/Marrakech-un-Pape-un-Pacte-et-des-degats