sábado, 4 de mayo de 2019

"¿TIENE LA IGLESIA ALGO QUE DECIR A LOS HOMBRES?”

"¿TIENE LA IGLESIA ALGO QUE DECIR A LOS HOMBRES?” 

(Prefacio de Monseñor Aupetit, Arzobispo de París, para entrar en el tema del documento de los obispos del Consejo Permanente de la Conferencia Episcopal Francesa “¿Qué es el hombre? Elementos de la antropología católica”)

“¿Qué debemos decir a los hombres?” Es desde el título de Saint-Exupéry en su “Carta al General X” (1) por donde me gustaría partir para comenzar a desentrañar la obra que los obispos de Francia proponen para la reflexión de todos. Dicha pregunta nos lleva a otra: “¿Qué es el hombre?”. El Salmista oscila entre el sentimiento de extrema fragilidad de la vida del hombre y aquella admiración ante la inalienable grandeza de su vida: “El hombre no es más que un soplo, los hijos de los hombres, una mentira” (2); “Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y honor” (3). El hombre es un misterio de debilidad y esplendor, alternadamente esclavo miserable y capaz de libertad suprema, la de amar hasta el don total de su propia vida. Adán no es más que tierra, pero ha recibido el soplo de Dios. En cada hombre, incluso en el más oscuro, brilla el don de un alma inmortal.

Surge otra pregunta: ¿Tiene la Iglesia algo que decir a los hombres? Se acusa a menudo a las religiones de ser sin distinción un factor de violencia. Toda legitimación de la violencia en nombre de la fe cristiana está en radical contradicción con el Evangelio: “Proclamamos un Mesías crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos, pero para aquellos que Dios llama… es poder de Dios y sabiduría de Dios” (4). El Señor ha asumido como sacerdote y víctima el poder sobre el mal y la muerte para vencerlos en la luz de su Resurrección. Nuestra fe en Jesús resucitado es sólida, atestiguada por los apóstoles que “vieron, escucharon y tocaron” la Palabra de Vida (5). Ella es proclamada por el pueblo numeroso de testigos que han entregado sus vidas por fidelidad a Cristo, incluso hasta la muerte.

Para aquel resto que observa desde fuera, la Iglesia aparece en occidente como una institución vieja y agitada por escándalos, que dificultan el mito del progreso que se invoca sin saber a dónde conduce exactamente. Pero la Iglesia es hermosa aún en el rostro de sus santos, en el inmenso manto de ternura que ella extiende por todo el mundo, especialmente sobre los hombres más desprotegidos. Ella es “experta en humanidad” (6) porque su fe reposa sobre la Alianza de Dios con su pueblo, cumplida en la Encarnación de Cristo y la Salvación por la Cruz, abierta a la multitud de hombres “de toda raza, lengua, pueblo y nación” (7).

El olvido de Dios, la desaparición de la consciencia de eternidad en el corazón del hombre, conduce a la pérdida de la dignidad humana. El drama del humanismo ateo que devastó el siglo XX viendo, en proporciones sin precedentes en la historia, la muerte de inocentes. La tentación prometeica permanece. Ella no podrá responder a los hombres en el deseo de una vida eterna. Se sacrifica lo más frágil sobre el altar de una pretendida modernidad. Proclamamos en tiempo y destiempo, la dignidad inalienable de toda vida humana en este mundo. Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, es el amor divino que se muestra en la vulnerabilidad de la carne. Una sociedad es verdaderamente humana cuando se convierte en el guardián de los más pequeños.

“Debemos imaginar el Sísifo feliz” (8). La palabra de Camus sobre el hombre condenado a rodar eternamente su roca y su aceptación del absurdo. Con San Ignacio de Antioquía, queremos decir una palabra distinta: “Hay en mí un agua viva que susurra: ven al Padre” (9). Déjame, simplemente, preguntarte: ¿Cuál es tu esperanza? Que esta obra te permita profundizar aquello que eres abriéndote a “Aquel que Es”, el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, cuya gloria brilla en el rostro de Cristo.

Notas:
1.- A de SAINT-EXUPERY, Que faut-il dire aux hommes, Lettre inédite au général X, Imprimerie générale du sud-ouest, Bergerac, 1949.
2.- Ps 39.
3.- Ps 8.
4.- I Co 23-24.
5.- Cf. I Jn 1, 1.
6.- Bx PAUL VI, Lettre encyclique Populorum progressio, 1967, I, 13.
7.- Ap 5, 9.
8.- Albert CAMUS, Le Mythe de Sisyphe, NRF, Gallimard, 1965, p. 198.
9.- S. IGNACE D’ANTIOCHE, Lettre aux Romains, 7.