Bloque 4. DIOS Y EL PROBLEMA DEL MAL
4.1) Aspectos fenomenológicos del mal.
4.2) Existencia y naturaleza del mal.
4.2) Situación del hombre frente al mal y el dolor.
LA PROVIDENCIA DE DIOS Y EL PROBLEMA DEL MAL
ROYO MARIN, “Dios y su obra”, BAC.
(presentación acotada)
6o8. Uno de los problemas más angustiosos que puede
plantearse la inteligencia humana en torno a la providencia y gobierno de Dios
sobre todas sus criaturas, es la existencia del mal en el mundo, en su doble
aspecto físico y moral.
Es un hecho indiscutible que en el mundo existe, en
proporciones aterradoras, el mal moral, o sea, toda clase de crímenes y de
desórdenes. Y en no menor proporción existe también el mal físico, o sea, toda
clase de dolores y sufrimientos. El mal moral recibe en teología el nombre de
mal de culpa; y al mal físico se le denomina mal de pena o de castigo.
Ahora bien: ¿Cómo puede compaginarse la bondad de Dios, que
todo lo gobierna con su providencia, y la existencia de ambos males en el
mundo?
Escuchemos a uno de los teólogos modernos que han estudiado
más a fondo esta cuestión, planteando admirablemente el problema angustioso del
dolor (1):
«Ante esta terrible realidad del dolor, que responde de
manera tan desconcertante a nuestro ardiente deseo de felicidad, nos sentimos
profundamente turbados y nos preguntamos en medio de una angustia que va
creciendo con los años y la experiencia: «El deseo de la felicidad que se agita
y nos guía en cada una de nuestras acciones, ¿tiene o no un fundamento real? La
vida, ¿merece o no merece ser vivida? Nuestras luchas, ¿son estériles ó
fecundas? ¿Podemos pedir la fuerza y el coraje a la sonrisa de la esperanza, o
debemos abandonarnos, desalentados, en brazos de la desesperación?
Y no solamente desde este punto de vista psicológico-moral
se impone a nuestra consideración el hecho del dolor humano. Su importancia es
igualmente grande desde el punto de vista religioso. En efecto, si, como
afirman los creyentes, existe un Ser sapientísimo que ha ordenado todas las
cosas del modo más perfecto, ¿cómo se explica el dolor, que lleva el desorden a
la parte más noble del mundo creado, esto es, al mundo humano? Si existe un Ser
sumamente bueno, que ama con el amor más tierno a todas sus criaturas, ¿cómo e
explica el dolor que martiriza y tortura sin descanso las almas y los cuerpos?
Si existe un Ser santo y justo, que ha prometido las más bellas recompensas a
cuantos observen sus leyes y ha amenazado con los más severos castigos a
cuantos las infrinjan, ¿cómo se explica que el dolor recaiga y maltrate sin
distinción a los buenos y a los malos, a los creyentes y a los impíos? ¿Por
qué, incluso, parece escoger con preferencia sus víctimas entre las almas más
honestas y religiosas?
El problema del dolor crece todavía en importancia y se
ilumina con una luz del todo nueva cuando se le considera desde el punto de
vista sobrenatural del cristianismo. Cuando más se enaltecía al gozo, la voz
pura de Jesús proclamaba con solemne autoridad: Bienaventurados los que lloran
(Mt 5,3). Mientras los hombres buscaban con mayor avidez los placeres, Jesús no
se cansaba de repetir: El que quiera venir en pos de Mi, niéguese a sí mismo,
tome su cruz y sígame (Mt 16,24). Y las enseñanzas de su palabra eran
confirmadas con su ejemplo, pues su vida, encerrada entre los confines de la
pobre gruta de Belén y la desolada cima del Gólgota, fue toda ella una
apoteosis de dolor.
Ahora bien, este misterio de un Dios crucificado, que ya e
tiempo de San Pablo constituía un «escándalo para los judíos y una locura para
los gentiles» (I Cor 1,23), continúa siendo todavía hoy, después de veinte
siglos de vida cristiana, terriblemente duro para los idólatras del placer y
para los esclavos de la sensualidad, que, llamando necios y locos a los
discípulos de la Víctima voluntaria del Calvario, maldicen a la religión del
dolor e increpan al árbol de la cruz como al más tétrico de los árboles (2).
Por todo ello, el problema del dolor, tanto desde el punto
de vista psicológico-moral, como desde el de la religión natural, como desde el
de la religión cristiana, aparece rodeado de una importancia vital suma. Su
relación estrechísima con nuestras más íntimas aspiraciones, convicciones y
creencias hacen que el problema del dolor sea el problema central de la vida y
del pensamiento”.
Vamos, pues, a examinar con la mayor amplitud que nos
permite el marco de nuestra obra este pavoroso problema del mal ...
ARTÍCULO 1
FILOSOFÍA DEL MAL
Santo Tomás trató expresamente varias veces del problema del
mal, señalando su naturaleza y sus causas (3). En sus obras se encuentra
la más alta filosofía del mal que la razón humana, ilumina da por la fe, ha
sabido presentar hasta hoy. Un resumen de sus principales conclusiones es lo
que vamos a ofrecer al lector en este primer apartado de nuestro estudio (4).
609. I. Naturaleza del mal. El mal se opone al
bien, y el bien coincide con el ser. Por consiguiente, el mal no tiene
perfección ni ser. No es una realidad natural ni algo positivo; pero tampoco es
una simple negación, un simple no-ser, sino una verdadera privación, o sea, la
ausencia de una cualidad o perfección en un ser que debería naturalmente
poseerla. Que el hombre no tenga alas para volar no es ningún mal; es una
simple negación de una cualidad que la naturaleza humana no reclama en modo
alguno; pero que un hombre sea ciego o no tenga ojos es un verdadero mal físico
puesto que el hombre debe naturalmente tener ojos para ver.
El mal es, pues, una negación privativa en el seno de una
substancia que le sirve de soporte. No tiene, por lo mismo, razón alguna de
apetibilidad, como no la tiene ni puede tenerla el no-ser. Nadie desea ni puede
desear la nada: sería absurdo y contradictorio.
610. 2. Existencia. Del hecho de que el mal no
es en modo alguno una esencia ni una realidad no se puede concluir que no
existe. Todo es cuestión de precisar el verdadero alcance de la palabra ser.
La palabra ser, en efecto, puede tener una doble acepción:
a) Puede designar la realidad positiva, o sea, la entidad de
una cosa; y, en este sentido, el ser se identifica con la cosa misma. De este
primer modo ninguna privación es ser, y, por tanto, tampoco lo es el mal.
b) Puede significar también la verdad de una proposición,
que consiste en la unión de un predicado y un sujeto mediante la palabra es.
Este es el ser con que se responde a la pregunta: si es o no es, como al decir
que un hombre es bueno o no es malo. Y de este segundo modo llamamos también
ente o ser al mal.
Por no atender a este doble sentido en que puede tomarse la
palabra ser, hubo algunos que al oír que algunas cosas son malas, o que el mal
está en las cosas, creyeron que el mal era una naturaleza positiva y real,
cuando en realidad no es otra cosa que una mera privación.
611. 3. Relaciones entre el bien y el mal. El
mal es una privación, esto es, una negación en el seno de una substancia. No
podría, por tanto, existir el mal sin la existencia de alguna substancia en el
seno de la cual pueda establecerse la privación (v.gr., no podría existir un
hombre ciego si no existiera el hombre al que pueda afectar la ceguera). Ahora
bien: esa substancia a la que puede afectar el mal es un ser y, por tanto, un
bien, ya que el ser y el bien coinciden y se identifican trascendentalmente
entre sí. No hay ni puede haber un solo ser que no sea bueno en cuanto ser (los
mismos demonios y condenados del infierno son buenos en cuanto seres, o en
cuanto demonios o condenados). De aquí proviene la necesidad de determinar con
precisión las relaciones existentes entre el bien y el mal. Vamos a hacerlo a
continuación al estudiar el sujeto, la extensión y la causa del mal.
612. 4. Sujeto del mal. El no-ser, en el sentido
puramente negativo, no exige un sujeto real y positivo (la nada no exige estar
en ninguna parte); pero la negación privativa, que es en lo que consiste el
mal, se define por el contrario, negación en el sujeto; porque sin un sujeto a
quien afecte no podría existir la privación, como ya vimos. Es, pues, preciso
señalar el sujeto del mal.
Ahora bien: un sujeto es necesariamente un ser, en potencia
o en acto. Luego es necesariamente un bien, ya que el ser y el bien se
identifican entre sí.
Por consiguiente, el sujeto del mal, o sea, su verdadero y
único soporte, es, hablando en general, el bien.
Pero no el bien opuesto o contrario al mal (ya que dos
contrarios—blanco y negro—no caben en un mismo sujeto), sino otro bien. El
sujeto de la ceguera no es la visión—de la cual es ella privación—, sino el
hombre o animal ciego.
El sujeto del mal, hablando en especial, puede ser o la
substancia misma (v.gr., el hombre), o la operación de esa substancia (v.gr.,
las acciones del hombre). Afecta a la substancia cuando la priva de un bien que
podría y debería tener (v.gr., la ceguera en el hombre); se refiere a la acción
cuando le falta la medida y el orden requerido (v.gr., un pecado cualquiera).
613. 5. Extensión del mal. El mal no puede
destruir totalmente el bien. Para comprender esto debemos considerar que hay
tres clases de bienes:
a) Uno, que se suprime totalmente por el mal, y este tal es
el bien que se opone directamente a ese mal; v.gr., la luz es suprimida
totalmente por las tinieblas, y la visión por la ceguera.
b) Otro, que no es suprimido ni siquiera disminuido por el
mal, y éste es el bien del sujeto del mal; v.gr., la substancia del aire no se
suprime ni disminuye con las tinieblas al hacerse sujeto de la oscuridad; ni el
hombre se destruye ni disminuye al quedarse ciego.
c) Otro, finalmente, que se disminuye ciertamente por el
mal, pero sin llegar a destruirse por completo, y este bien es la capacidad o
aptitud del sujeto para el acto contrario a ese mal; v.gr., a medida que se
multiplican los pecados va disminuyendo la aptitud del pecador para la práctica
de la virtud; pero no se le suprime del todo, porque esta aptitud va
inseparablemente unida a la naturaleza misma del alma.
La disminución de la aptitud para el bien no es cuantitativa
o por vía de substracción (como si le fueran quitando al pecador cantidades de
humildad a medida que comete pecados de orgullo), sino por vía de atenuación o
remisión, como corresponde a las cualidades; o sea, que se trata de una
disminución de la intensidad o energia para la práctica de la virtud contraria
a ese pecado. Pero nunca puede suprimirse del todo, porque siempre queda en el
alma la capacidad radical para el bien: el pecador más envilecido conserva
todavía en su alma la capacidad de convertirse en un santo bajo la acción de la
gracia de Dios.
Por consiguiente, la relación que se establece entre el mal
y el sujeto que le sirve de soporte jamás puede ser tal que llegue a sumir o
destruir totalmente el bien; de lo contrario, el mal se consumiría y destruiría
a sí mismo al faltarle el sujeto donde radicar. El mal es como el vacío que
abre una ventana en la pared: si aumentamos el tamaño de la ventana de tal
suerte que destruya por completo la pared, nos quedamos sin pared y sin ventana
al mismo tiempo. Por donde se ve claro que el mal absoluto (o sea, sin ningún
sujeto bueno donde resida) no existe ni puede existir: se destruiría por
completo a sí mismo.
614. 6. Causa del mal. Es necesario afirmar que
todo mal ha de tener de algún modo alguna causa. Todo lo que subsiste es cualquier
otra cosa como en su sujeto, debe tener, en efecto, alguna causa, ya proceda
ésta de los principios del sujeto mismo o ya provenga de alguna causa
extrínseca. Pero el mal subsiste en el bien como en su sujeto natural; luego ha
de tener necesariamente alguna causa.
Ahora bien: la causa del mal no puede ser más que el bien.
El hecho de ser causa no puede convenirle más que al bien, porque nada puede
ser causa más que en la medida en que existe; pero todo lo que existe, en tanto
que existe (o sea, en tanto que es ser) es forzosamente un bien. Esto aparece
con toda claridad examinando en particular cada uno de los cuatro géneros de
causas (eficiente, formal, material y final). Vemos—en efecto—que el agente, la
forma y el fin implican cierta perfección, que, por lo mismo, tiene carácter de
bien; e incluso la materia, en cuanto que está en potencia para el bien, tiene
razón de bien.
Que el bien sea, en primer lugar, causa del mal a modo de
causa material se deduce claramente del hecho de que el bien es el sujeto del
mal, como ya hemos visto. En cuanto a causa formal, el mal no la tiene, porque
consiste precisamente en la privación de una forma (v.gr., la ceguera consiste
en la privación de la vista). Tampoco tiene causa final, porque el mal es
privación del orden al fin debido (v.gr., el pecado es una privación del debido
orden al fin último sobrenatural). Y en cuanto a la causa eficiente la tiene
ciertamente el mal, pero no directa, sino indirectamente, como vamos a ver.
El bien causa indirectamente el mal al causar un bien al que
adhiere un mal, cualquiera que sea, por otra parte, la razón próxima de esta
adherencia, ya sea por la deficiencia de la causa principal, o por defecto del
instrumento que utiliza, o por indisposición de la materia sobre la que actúa.
Para comprender esto, debe advertirse que el mal es causado
de modo distinto en la acción del agente y en el efecto producido por esa
acción:
a) En la acción del agente es causado por defecto de alguno
de los principios operativos, bien sea de la causa principal o de la
instrumental; como, por ejemplo, el defecto en el movimiento de un hombre puede
acontecer o por defecto de la virtud motriz (causa principal), como sucede en
los niños, o por ineptitud de los miembros (causa instrumental), como sucede en
los cojos.
b) En el efecto producido por la acción, el mal proviene
unas veces de la misma virtud activa del agente (aunque no en su propio
efecto), y otras por defecto del agente mismo o de la materia.
De la virtud activa o perfección del agente procede cuando a
la forma intentada por el agente acompaña necesariamente la privación de alguna
otra forma, como a la forma del fuego acompaña la privación de la forma del
aire o del agua; porque así como cuanto más potente es la fuerza del fuego
tanto más perfectamente quema imprimiendo su forma, así también más
perfectamente corrompe las formas contrarias; por lo tanto, el mal de la
descomposición del aire y del agua dependen de la virtud activa o perfección
del fuego. Pero esto ocurre indirecta y accidentalmente, porque el fuego no
tiende directamente a privar de la forma al aire o al agua, sino únicamente a
introducir su propia forma (o sea, a quemar); pero, al introducir ésta, echa
fuera indirectamente la del aire o agua.
Pero, si el defecto se encuentra en el efecto propio del
fuego (por ejemplo, si no llega a quemar), esto sucede o por defecto de la
acción, que se refunde en el defecto de alguno de sus principios—como ya hemos
dicho—, o por indisposición de la materia, que no recibe la acción del fuego
(como sucede con la madera mojada). Pero adviértase que esta misma deficiencia
en el obrar es algo extraño a la naturaleza del bien, al cual, de suyo, compete
obrar con plenitud y perfección.
De todo esto se infiere que el mal sólo indirecta y
accidentalmente tiene causa y que, de este modo, la causa del mal es el bien.
615. 7. Finalidad del mal. El mal no puede ser
jamás objeto directo de la intención de ningún agente, por muy malo y perverso
que éste sea. Porque nadie quiere ni puede querer más que lo que le apetece, y
todo lo apetecible tiene razón de bien (real o aparente), a lo cual se opone el
mal. El agente puede equivocarse apeteciendo una cosa que a él le parezca un
bien (v.gr., el deleite del pecado) aunque en realidad sea un mal; pero jamás
podrá apetecer el mal en cuanto mal, porque esto es tan absurdo y
contradictorio como si los ojos se empeñaran en oír o el oído quisiera ver. El
objeto propio de la voluntad es el bien (real o aparente) y, por lo mismo, le
es absolutamente imposible querer alguna cosa bajo la razón de mal.
Sin embargo, el mal puede ser objeto indirecto de la
intención. Por ejemplo, cuando el capitán de un barco ordena arrojar las mercancías
al mar para aligerar el peso de la nave y salvarla en medio de una horrorosa
tempestad, quiere y busca directamente un bien, que es salvar la nave y la vida
de los marineros; y quiere también, pero indirectamente (o sea permitiéndolo
obligado por la necesidad) el mal de la pérdida de las mercancías.
6i6. 8. División del mal. El mal puede afectar
al orden físico o al orden moral.
a) EN EL ORDEN FÍSICO puede acontecer de dos modos: falta de
la debida integridad en el ser a quien afecta (v.gr., la falta de piernas o de
brazos en un hombre) o por defecto de la operación que realiza ese ser, ya sea
porque carece en absoluto de ella (v.gr., la parálisis total en un hombre que
debería andar) o ya porque no tiene el orden y modo debidos (v.gr., la cojera en
el cojo).
b) EN EL ORDEN MORAL, o sea el relativo a las acciones
voluntarias de las criaturas racionales y libres, el mal se divide en mal de
culpa, que se produce cuando a la acción voluntaria le falta la debida
ordenación al fin señalado por la naturaleza o por el mismo Dios (lo que ocurre
en cualquier clase de pecado); y en mal de pena, que es el castigo impuesto
directamente por Dios al pecador, ó a través de la naturaleza caída por el
pecado de origen. Por donde aparece claro que Dios es el autor del mal de pena
(que es un verdadero bien, puesto que restituye el orden de la justicia
conculcada), pero de ninguna manera es autor del mal moral, que constituye
precisamente el desorden del pecado.
Autor: Pbro. Oscar Angel Naef
Autor: Pbro. Oscar Angel Naef
3 Véanse, principalmente, los
siguientes lugares: Comentario a las Sentencias 1.2 dist.34 y 35; Suma
Teológica 1, 48-49; Suma contra gentiles III c. 4-15 y, sobre todo, la cuestión
disputada De malo, donde agota exhaustivamente la materia.
4 Cf. VACANT-MANGENOT,
Dictionnaire de Théologie Catholique 9,1697-1703, donde podrá ver el lector que
lo desee la referencia tomista de cada una de las afirmaciones que vamos a
hacer, y que omitimos aquí para no interrumpir la lectura con innumerables
llamadas.