La realidad que va ser investigada se convierte en el lugar de encuentro de la inteligencia de Dios que crea todas las cosas dejando la huella del Logos, y la inteligencia del hombre que por el camino de la ciencia busca ir a lo profundo del ser de las cosas buscando los principios y causas de la existencia convertida en objeto de estudio.
De ese lugar de encuentro de la inteligencia del hombre y la inteligencia divina que se da en el ser de las cosas, el hombre encuentra al mismo tiempo una puerta por donde entrar en el atrio del misterio, del ámbito sagrado de lo divino donde reside el diseño del universo.
La tarea intelectual como actividad sagrada y superior del hombre puede describirse también como un cierto encuentro dialógico en el cual el hombre se deja poseer por la verdad del ser. Al modo de decir aristotélico, el hombre en su actividad más propia que es la espiritual tiene la capacidad de recibir espiritualmente “lo otro en cuanto otro”.
De ese modo el objeto de estudio en la investigación científica perfecciona la naturaleza del hombre ya que en la medida que el hombre conoce es capaz de incorporar en sí el mundo explicado desde sus causas y principios últimos.
Dicho de otro modo: ese camino de hábitos intelectuales desarrollados permite adquirir conocimientos de un modo científico sistematizando las conclusiones y traduciendo en lenguaje específico aquello que se contempló en el lugar donde reside el reflejo diseño y del origen de todo lo que existe.
Es por el servicio que brinda el científico a la comunidad de su tiempo que las huellas de la verdad creadora en las cosas se hace historia y cultura de un pueblo, además de ser origen de los permanentes impulsos de progreso para concretar el gobierno de la creación ordenado por Dios en los inicios de la humanidad.
Estudiar todos los días de un modo sistemático y silencioso puede asimilarse a recorrer una senda estrecha con ritmo sostenido. En esa senda se debe adiestrar el cuerpo logrando las condiciones saludables que permitan el estudio y también adiestrar el alma hasta establecer los hábitos intelectuales y morales que consolidan las competencias para la adquisición del saber sistemático y riguroso. Esa preparación del estudiante puede identificarse con las condiciones propias del sabio que tiene como lógica la vida intelectual totalizante de la cual se sigue una vida coherente con la verdad que se ama.
Amar la verdad que se alcanza por las ciencias es una puerta muy sólida para acercarse a la Verdad eterna puesta a nuestro alcance en Jesucristo, el logos de Dios hecho carne. Al ponernos de rodillas frente a Jesús accedemos a la verdad completa. El es la verdad nos dice el evangelio de San Juan, y por El fueron hechas todas las cosas nos enseña el Apóstol.
Este es el momento culminante de nuestra reflexión: el científico, el universitario debe ser hombre de oración ante la admiración de la belleza de la verdad ante la cual se encuentra y ante el Señor que hace de camino a la intimidad divina donde encontramos la verdad eterna que nos hace eternos. Es el último ejercicio del hombre de ciencia, dejarse poseer por la verdad que nos salva. Ser otro en cuanto otro en el camino de la gracia santificadora de Cristo.
El Señor que dijo de sí mismo que es “la verdad que nos hace libres” nos asista en la vocación intelectual para por el camino de la libertad ser fieles discípulos de la verdad y abnegados en la misión. Amén.
Autor: Pbro. Oscar Angel Naef