sábado, 1 de junio de 2019

Hombre libre, hombre ético. El peligro del legalismo disfrazado de ética pública.


La presión inquisitoria de circunstancias nuevas y urgentes como el aborto o la corrupción, hace que el momento actual de los argentinos esté signado por la necesidad de redescubrir las dimensiones sociales y políticas del obrar humano en y con JUSTICIA. 
¿Cómo responder con objetividad y con un lenguaje actualizado a una noción de justicia que ha sufrido diversas modificaciones en su conceptualización dejando poco rastro de aquel sano principio aristotélico “dar a cada uno lo suyo” que iluminó occidente durante siglos? ¿En qué lugar habrá quedado la implicancia de esa relación de igualdad entre los hombres que encontraba su medida objetiva en el derecho?
Nuestro momento histórico está marcado por la concepción subjetiva del derecho, evolución que ha llevado a este estado de cosas a partir del nominalismo del siglo XIV (1). Desde entonces y hasta nuestros días, el derecho no designará ya aquello que reconozco como debido a otro. Sino que, invertido el orden de la relación, se señalará aquello a lo que yo tengo derecho frente a los demás y frente a la sociedad. El “nuevo derecho” y la “nueva justicia”, producto del nominalismo, se concentran en la reivindicación legal de un producto al cual se lo titula “derecho”.
Pero, además, el cambio cobra otra fuerza desde un nuevo modo de concebir las relaciones del hombre con la sociedad. Ésta deja de estar asentada en la natural dimensión social del hombre, para transformarse en un mundo artificial. Un mundo limitado tan solo por el mantener ciertos equilibrios para una convivencia que estará cargada de luchas por satisfacer “libertades individuales” vendidas como necesidades humanas. En ese nuevo contexto aparece como principio humanizante sólo: ¡evitar el descarte del más débil! 
¿Dónde ha quedado la vida de comunidad en la verdad y la justicia propias de la raza humana?
Así las cosas, experimentamos a diario las fricciones que fragmentan el tejido social por la reivindicación de supuestos derechos subjetivos o de minorías. Las ideologías con sus “grupos de tareas” nos han acostumbrado a soportar la presión social en nombre de leyes-obligaciones sin sustento antropológico, ético, histórico y cultural, promulgadas a fuerza del democrático número extorsivo.
Ya he puesto oportunamente como ejemplo el caso de “Ficha limpia”. Un proyecto exportado del país carioca. En él, mediante artilugios legales, se pretende vender una solución de Ética pública contra la corrupción. Pero no nos confundamos, ahí no hay más que lobistas, respaldados en sistemas digitales de recolección de firmas, quieren hacer pasar por “clamor popular” la solicitud de legalización de ese artificio legal que poco tiene que ver con “los valores y las normas que se espera que se respete en quienes institucionalmente son responsable de promover la prosperidad y la paz de la Patria” (2). Esa falsa ética de depuración de candidatos a cargos electivos bien puede llamarse “ética selectiva legal”.
También puede afirmarse que otros recursos legales convertidos en parámetros y medidas de valoración ética se han incorporado bajo la figura del buen desempeño del funcionario público. De ellos no se puede decir que hayan provocado efectos positivos, más bien –como hemos visto hace pocos días- se han usado como recurso o artificio para condenar al Dr Rodríguez Lastra al salvar las dos vidas, frente a la figura del asesinato bautizado como “aborto legal”. Agreguemos que en este caso ha sido llamativa la acción del funcionario de justicia, a la hora de dictar sentencia, ya que ha utilizado una lectura desarticulada de la ley desechando el valor supremo de la Vida, muy claro en el contexto normativo argentino y su tradición pro-vida, e inclinarse por: ¡un artificio de “ética selectiva legal”! (3)
Me he preguntado durante varios días: ¿cómo rescatar el verdadero sentido de justicia y su vínculo con el derecho objetivo? ¿Cómo devolver la vitalidad a un pensamiento social y político liberado de los artefactos legales y las presiones de lobistas?
Creo que se puede ensayar el primer escalón de una respuesta tomándonos de la mano de cierta genialidad presentada por el filósofo Olavo de Carvalho ya que por un camino inesperado devuelve a nuestro tiempo, en lenguaje latinoamericano, las problemáticas perennes que hacen al hombre y a la sociedad.
Cito uno de esos párrafos que me ha resultado especialmente adecuado para repensar epistémicamente la ética enredada hoy en los trastos del baúl del imperativo moral y convertida en geometría de la obligación y su aplicación casuística. Dice así: 
“Hay una frase hermosa que dice: 'Ser sincero es morir un poco'. Cada vez que usted es sincero, que usted dice la verdad, muere en ud otra ilusión. Y usted sólo soportará las muertes de sus ilusiones si usted consigue otra satisfacción, en otro plano, que es la satisfacción del amor al prójimo, del amor a Dios. Sólo así usted reconquistará en el plano de la universalidad la felicidad a la que usted tiene acceso en el plano del egoísmo individual. Eso es la raíz de la vida humana. El hombre fue hecho para eso” (4). 
El texto tiene mucha fuerza y centra su mirada en el amor alcanzado por la verdad que hace germinar la ilusión. Esa ilusión que impulsa el despliegue de la propia condición de sujeto vitalmente libre. Pero, además, y de un modo notable, confirma que el deseo de felicidad está cualificado por el amor que lo inspira. Vinculando de esta manera: existencia, objetividad ética y libertad.
En línea con una concepción cristiana del hombre, Olavo de Carvalho vuelve a poner los elementos de la ética en su lugar: ciencia de los caminos que llevan al hombre a la verdadera felicidad. Sepulta y pisotea elegantemente la concepción legalista de la ética que entiende al hombre como “animal de preceptos”.
Valga una aclaración: el término legalismo no debe ser asociado sólo con mentalidades cerradas. En realidad, el legalismo implica sacar la ética (el acto libre del hombre) de su contexto original que son las exigencias perfectivas existenciales que cada sujeto realiza objetivamente en el ámbito de la libertad. 
La dinámica de la falsa ética del legalismo impone la obediencia a reglas y regulaciones generadas autoritativamente sin más fundamento que la voluntad política. De ese modo, la ética se reduce a la obligación. Concepción que tiene un vicio en su raíz: desplaza la objetividad del ser que se realiza en el acto libre, por el simple cumplimiento de un deber hacer disociado de la naturaleza del ser que lo realiza.
Es hora que, como plantea el filósofo de Carvalho, se rescate el verdadero sentido de la ética poniendo el nudo de la cuestión en el señorío del hombre sobre sus actos para la conquista del bien. Para este gran objetivo es de vital importancia no equivocar el inicio. Hay que beber en la fuente del acto libre, indagar en aquella naturaleza que da origen, sostiene su desarrollo y deposita su existencia en la historia. Aquí la raíz que permite bucear en la profundidad del texto citado “Cada vez que usted es sincero… muere en ud otra ilusión. Y usted sólo soportará las muertes de sus ilusiones si usted consigue otra satisfacción, en otro plano, que es la satisfacción del amor al prójimo, del amor a Dios”.
Oscar Angel Naef

Notas:
(1) Cfr. CAURIENSIA, Vol. XI (2016) 113-140, ISSN: 1886-4945: Casanova. Guillermo de Ockham y el origen de la concepción nominalista de los derechos subjetivos
(4) Cfr. Olavo de Carvalho. Da apostila “Edmund Husserl contra o psicologismo”